Consideremos un dato que se verifica desde hace tiempo respecto de las adicciones: la existencia de distintas sustancias psicoactivas y la diversidad de usos o prácticas, en sujetos de distintas estructuras. La multiplicidad de las sustancias, característica de nuestra época (acorde con la multiplicidad de objetos de consumo que oferta el mercado) favorece la diversidad de prácticas que cada sujeto realiza con dicha sustancia. La combinación de drogas entre sí, de drogas con alcohol, de los anteriores con psicofármacos, etc.
Y no olvidemos la proliferación de variadas categorías sociales, propuestas como adicciones, a objetos que no son drogas ilegales, ni alcohol, ni medicamentos psicotrópicos (de los que hay también para diversos usos: para levantarse, para tranquilizarse, para dormir…). Por mencionar algunas, y no está excluido que se combinen con las anteriores: las hay al juego, al sexo, al trabajo, a Internet, a las nuevas tecnologías.
No todas estas adicciones tienen la misma relación con el objeto. No es lo mismo el efecto que produce la ingesta continua de sustancias tóxicas que la consumida, por ejemplo, en las salidas de los fines de semana. O el que consume para desinhibirse y acercarse a alguien, que aquel que lo hace precisamente para “no acercarse”, o bien para “borrarse”, o para “ausentarse” en un goce autista. Es conocido el caso de personas que, ante circunstancias que intuyen que pueden ser angustiantes o al menos inquietantes, consumen, a modo preventivo alguna medicación (ansiolíticos). También es sabido que la comida puede, en muchas ocasiones, ir a ese lugar. El problema es que siempre se necesita más.
Un dato notable que surge de las estadísticas en economía es que los valores de los casinos suben notablemente después de grandes crisis económicas, tal como sucedió luego de la globalizada crisis financiera en 2008. Resulta paradójico quien acaba de perder, ¡apuesta a seguir perdiendo! Claro que bajo el velo de una vana ilusión: recuperar es posible.
Cuando los parches de nicotina no funcionan, lo cual no es poco frecuente, habría que tener en cuenta que privan de una cierta satisfacción. Con los parches no se pone en juego el recorrido pulsional que propone Freud: la pulsión (oral en este caso) le da la vuelta al objeto, lo contornea, y regresa a la fuente.
Hoy, en plena pandemia por Covid 19, notamos una generalizada adicción a los dispositivos que nos permiten estar comunicados (o incomunicados) donde prima la imagen y es la mirada la queda captura en las redes.
¿Qué es entonces la adicción, habiendo tanta diversidad? Las adicciones tienen en común un objeto determinado, y la dificultad en desprenderse, separarse de dicho objeto. En la Carta 79, Freud piensa la masturbación como “adicción primordial”. Allí leemos que las adicciones al alcohol, a sustancias tóxicas, al tabaco, son sustitutos de aquella y que podría representar un gran obstáculo. Pone en duda, inclusive, si esta adicción es curable. Freud intuye con el “gran obstáculo” aquello que varios años más tarde conceptualizará con el término de pulsión, y más precisamente: ese lazo particularmente íntimo entre la pulsión y su objeto, la fijación de la pulsión. En “Análisis terminable e interminable” se referirá al obstáculo en tanto viscosidad de la libido, cierto grado de inercia psíquica.
Si el ir y venir de la pulsión da cuenta del objeto que está en juego en tanto hueco o vacío, el objeto hace las veces del objeto faltante. Algo se resiste a abandonar la satisfacción. Notemos que el objeto cumple una función de instrumento, que solo permite el recorrido pulsional. ¿Qué estatuto tiene el objeto en las adicciones? ¿Se trata de adicción al objeto o sería más preciso hablar de adicción a un modo de satisfacción?
Podríamos señalar este problema que tales casos nos plantean en la clínica como falta de interés en otra cosa, ya sea que se presente con padecimiento o no, ya sea que se acompañe el decir con cierto grado de queja o no. El retornar con suma facilidad a hacer uso de aquello con lo cual “se droga”, sin duda representa un problema. En este drogarse (Freud hablaba del efecto narcotizante, y de sustancias embriagadoras, haciendo referencia al estado de adormecimiento) resulta, digamos así, cerrado el paso a otra cosa. Es la dimensión del deseo la que permanece ausente. No hay pregunta por aquello que, en ocasiones, inquieta más a quienes lo rodean que al sujeto mismo. A menudo solemos notar que el analista termina deseando que quien tenga enfrente deje de drogarse para que comience a hablar. Cuando esto ocurre, ¿se estará rehuyendo la dimensión económica? Este podría constituir un obstáculo aún mayor.
Lo dicho anteriormente no pretende ignorar los efectos reales de las diversas sustancias sobre el organismo. Sin embargo, no todo aquel que consume drogas o alcohol no puede luego dejar de consumir. Si el objeto en cuestión no vale por su propiedad llamémosla “adictiva”, queda claro que tampoco es la causa de la adicción. Cuando no se verifica fijación de la pulsión al objeto, hay variabilidad, es decir, sustitución. Cualquier objeto que cumpla determinadas condiciones, será apto para alcanzar la satisfacción pulsional siempre parcial. La sexualidad entra así en la vida psíquica, en tanto parcial, y conforme a la hiancia característica del inconsciente. El uso que hace el sujeto de la droga, o sus equivalentes, parece obturar esa hiancia en la insistencia misma con el objeto. Desconociendo la existencia del inconsciente y toda pregunta que apunte a su ser en tanto sexuado.
En estas diversas prácticas de consumo se percibe una dimensión ficticia de resolución del problema, o de evitación de algo, angustia, pérdida, insatisfacción. Ejemplos que ilustran un efecto de la época: la exaltación del plus de gozar encarnado en los objetos del mundo, destacando la brecha propia entre deseo y goce. El uso que hace cada sujeto es particular, determina una práctica y con ella una modalidad de goce. Es decir que la sustancia o su equivalente ocupa un lugar, que habrá que determinar, en la economía de goce del sujeto. Lacan lo enuncia claramente en el Seminario 17: “Es en la dimensión de la pérdida que se capta el plus de gozar, en cuya función está el hueco que llenarán ciertos objetos hechos para servir de tapón”. Pero no encontramos allí al objeto a, este resulta del saber de todo lo que se articula como significante.
Probablemente la gran adhesividad al objeto dificulta muchas veces el establecimiento de la transferencia. La posibilidad de suponer un saber es resistida al tiempo que se rechaza la creencia en el inconsciente. Sin embargo, Lacan produce una inversión que nos esclarece, es el analista el que instituye a quien consulta como sujeto supuesto saber. Es el analista quien, entonces, supone un sujeto y supone un saber. La transferencia, nos dice, se funda en esto.
Poner en función el objeto supone contar con una x, el valor que ha adquirido para el sujeto, y que le es desconocido. La interrogación solo puede quedar de su lado; mientras que, el analista, sostiene su acto. Si pensamos que, en la adicción, el sujeto ha elaborado ya una respuesta a la pregunta por su ser, en un análisis se buscará sintomatizar ese goce para que la separación comience a ser posible.
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Textos consultados:
– S. Freud, “Carta 79”; “Análisis terminable e interminable”. Ed. Amorrortu.
– J. Lacan, “El reverso del psicoanálisis”. Ed. Paidos.
– Adriana Testa, “Estructuras clínicas en las adicciones”, en “Clínica institucional en toxicomanías”. Ed. Letra Viva.
– Alain Ehrenberg, “Individuos bajo influencia”. Ed. Nueva Visión.
– Sylvie Le Poulichet, “Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo”. Ed. Amorrortu.
Mariana Gavotti