Del síntoma al synthôme: Una vía para pensar la madre, la mujer y el niño en la clínica actual

Introducción

Este trabajo se propone conversar sobre los ejes de la feminidad y los caminos que recorre una mujer en su condición de tal para tener acceso a lo femenino. Lo que lo causa se establece a partir de una pregunta sobre el final de análisis, y ese recorrido que la lleva de la presencia de una proliferación de síntomas en la neurosis, hasta la constitución de un synthôme como nueva forma de solución para el modo de gozar. Dentro de ese contexto focalizar en el tema de la diferencia que existe para el psicoanálisis de orientación lacaniana entre la madre y la mujer, siendo que en los discursos presentes en la cultura, actual y pasada, esta disyunción entre madre y mujer prácticamente no existe; es en este impasse donde se puede preguntar donde y cómo se establece el lugar que le cabe al niño, al niño en relación a su madre y en relación a la mujer que vive en ella, para poder subjetivar su existencia. [1]

Para tales fines tomaré los trabajos de Freud sobre la feminidad, así como también las elaboraciones de Lacan sobre la sexuación, la mujer y la madre. También legaron a mí otros aportes de gran riqueza como los trabajos de Jorge Chamorro sobre las mujeres[2], las exposiciones de Lêda Guimarães en Brasil, textos de Miller[3].

Mujer y síntoma

Lacan estableció una diferencia entre síntoma y synthôme, y en ello tenemos una herramienta importante para hablar de un análisis y también del análisis en la mujer. Cuando un sujeto femenino llega a la consulta normalmente encontramos una queja que luego, en el discurrir del tratamiento, se transformará en síntoma analítico. Lo que sucede es que ese síntoma irá modificándose, diversificándose, cambiando de forma, a eso Miller lo llamó la proliferación de los síntomas, para dar cuenta del modo en que en el análisis la neurosis va dibujándose a medida que aparecen algunos cambios de posición subjetiva. En este momento están en juego el síntoma y el fantasma, como enlace entre el significante y el goce en su forma de sufrimiento subjetivo. Esto, tanto en la mujer como en el hombre. Son éstas construcciones fantasmáticas que el sujeto trae al analista, las que irán de-construyéndose a medida que el sujeto es reconducido a los elementos absolutos de su existencia contingente, y marcan sus puntos de goce.[4]

Cabe decir que estos síntomas, que molestan, que hacen sufrir, para el psicoanálisis no son simples trastornos que deben ser removidos para que el sujeto pueda acomodarse mejor a lo social, como plantean en al actualidad muchas propuestas terapéuticas. Para el psicoanálisis el síntoma está considerado no como mera manifestación de la neurosis sino como aquello de lo más preciado para el sujeto, lo más íntimo de su goce, su tesoro y sufrimiento. Es con este síntoma que vamos a trabajar, no para anularlo sino para advertir al sujeto de su propio goce. Es con el síntoma que el sujeto hará y establecerá su lazo en lo social. 

El synthôme es una elaboración de la última enseñanza de Lacan para referirse a cómo el sujeto hará una amarración entre los tres registros a modo de nudo. El synthôme viene a ocupar el cuarto lugar de ese nudo y le permitirá dar un nombre a su letra de goce en el final del análisis. Se trata de lo incurable de cada uno, en tanto está condicionado por “lalengua” y no ya por el lenguaje, por eso Lacan al referirse al synthôme hablará de buscar la causa en la inmanencia y no en el más allá, no hay un más allá, la causa esta ahí, en la causa.

Por lo tanto, tenemos en el camino de la experiencia analítica lo que sería el pasaje de la proliferación de los síntomas durante el transcurso del análisis, a la constitución del synthôme en el final, como amarración del punto de goce.

¿Qué es una mujer, una madre, una loca, una histérica?

En este sentido tendremos que ver en el sujeto femenino cuáles son esos lugares que va ocupando a lo largo del proceso analítico. Siguiendo a Chamorro podemos decir que está la relación entre la mujer y la histérica, entre la mujer y la madre, entre la mujer y la psicótica. Hay semejanzas y diferencias, pero a la mujer se le presenta la disyuntiva de lidiar con el lugar de objeto causa de deseo, con relación a lo fálico, con lo no-todo fálico y el goce femenino. Entre la mujer y la histérica tenemos la cuestión de la histérica que se pregunta sobre qué es una mujer, que es ser mujer; y la mujer no se pregunta, sino que ocupa el lugar de objeto causa, esa es la verdadera.[5] Este lugar de objeto remite a su posición de no-toda, en el sentido de que hay un goce más allá del falo en ella, que no goza solamente a nivel del falo sino que hay un más allá. Un más allá del Edipo. Aquí podemos ver también la diferencia entre esta mujer y una madre, la madre goza de forma fálica, Lacan decía que la madre goza como hombre, puesto que coloca al hijo en el lugar del objeto de su goce, está completada por ese hijo-falo. Por eso la disyunción, única para el psicoanálisis es entre la madre y la mujer. Para Freud aun había una unión entre la mujer y la madre, dado que cuando piensa en la elaboración del Edipo en la mujer, uno de los caminos de solución es la sustitución de la fantasía de tener un hijo del padre, a través de la maternidad, vía la ecuación hijo-falo, esto Freud lo ve como una solución, como un encuentro de un camino seguro para una mujer. Con Lacan ya estamos en otra perspectiva, donde madre y mujer no son un complemento, hay disyunción, quiebre entre ambas.[6].[7]

El niño

Miller, en un trabajo llamado “El niño entre la mujer y la madre”[8] nos da las coordenadas de cómo pensar al niño en relación a su madre bajo una perspectiva muy esclarecedora, diciendo cuáles son las formas en que el niño adquiere su subjetivación en la neurosis, así como para una mujer puede realizarse ese pasaje entre mujer-madre-mujer, que toda madre debe enfrentar. Tomando como referencia el seminario 4 de Lacan, nos dice que “la lección del Seminario 4 es la de que aquello que permanece desconocido cuando se concentra la atención en la relación madre-hijo –concebida de una forma dual, recíproca, si lo desean, como si madre y niño estuvieran cerrados en una esfera-, no es sólo la función del padre (…) Es también el hecho de la madre no ser lo suficientemente buena cuando sólo vehiculiza la autoridad del Nombre-del-Padre. Es preciso aun que el niño no sature para la madre la falta en que se apoya su deseo. ¿Esto qué quiere decir? Que la madre sólo es lo suficientemente buena si no lo es en demasía, si los cuidados que le dispensa al niño no la desvían de desear en cuanto mujer” (pag. 7). Con esto Miller nos abre un camino para pensar que, si normalmente los analistas destacamos de la importancia del padre en la función separadora entre el niño y la madre, ésta no es suficiente. Además de ello es necesaria otra operación que viene de la madre como tal. O sea, la madre debe ser mujer para poder darle espacio a su hijo a que realice su subjetivación como ser. En este mismo artículo Miller dice que el niño llena y divide. El niño, además de saturar como sustituto fálico a la madre, también divide en el sujeto femenino que está teniendo acceso a la función materna, a la madre y a la mujer: “El niño divide, en el sujeto femenino, a la madre y a la mujer”. Esto es lo mismo que decir que el objeto niño no sea todo para esa mujer, como decíamos antes con Chamorro, la mujer desea más allá del falo, es No-toda en ese sentido, y esto también es lo que le permite al hijo separarse; y esto va más allá de la función paterna vía metáfora, es una operación que proviene del deseo de la madre: deseo de otra cosa. Dice Miller: “El Nombre-del-Padre…no basta, es preciso aun que sea resguardado el no-todo del deseo femenino, y que por lo tanto, la metáfora infantil no reprima, en la madre, su ser mujer” (pag. 9).

Volviendo al inicio del trabajo me pregunto, cómo una mujer en su análisis puede ir de la proliferación de síntomas, en la alineación, a la constitución de un synthôme, vía reducción, para poder nominar una letra de goce. Y en este sentido, si ese trabajo no acompaña también en su paso por la maternidad, un proceso que va de la posición de complementariedad entre el niño y la madre como un todo, hacia la de la separación de ese goce fálico (como colocar al hijo en ese lugar de Psicóloga de su deseo femenino) en dirección al no-todo del goce femenino y del deseo femenino.

Bibliografía

-Chamorro, Jorge, Las Mujeres, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2008.

-Freud, Sigmund, Conferencia 33º, “La feminidad”, Obras Completas, Tomo XXII, Amorrortu Editores.

-Guimarães, Lêda, Conferencia: “Mulher-mãe nos tempos do declínio do pai”,dictada em Florianópolis el 06/04/2009.

-Lacan, Jaques, El Seminario, Libro 4, Las relaciones de objeto, Paidós, Buenos Aires,…

-Lacan, J, El Seminario, Libro 20, Mais, ainda , Jorge Zahar Editor, Rio de Janeiro, 1985.

-Miller, Jaques-Alain, “A criança entre a mulher e a mãe”, Opção Lacaniana Nº 21, Revista Brasileira Internacional de Psicanálise, Abril de 1998.

-Miller, J.A., De la naturaleza de los semblantes, De mujeres y semblantes, Piados, buenos Aires, 2002.

-Miller, J.A., El hueso de un análisis, Ed Tres Haches, Buenos Aires, 1998.


[1] Estas cuestiones y preguntas se fueron elaborando dentro el trabajo que viene realizando el “Núcleo de investigación en psicoanálisis con niños” de la Seção Santa Catarina de la EBP, en Florianópolis, durante más de dos años. Contamos para ello con la realización en 2008 del Coloquio sobre Psicoanálisis con niños, y en 2009 con una conferencia de Lêda Guimarâes sobre el niño en la contemporaneidad.

[2] Chamorro, Jorge, Las Mujeres, Grama Ediciones, 2008.

[3]  Miller, Jaques-Alain, Curso do ano 2008, aulas…; “El Hueso de um análisis”; “A criança entre a mulher e a mãe” em Opção Lacaniana Nº 21.

[4] Miller, Curso de Orientación Lacaniana, año 2008, clase Nº 5.

[5] Chamorro, Jorge, Las Mujeres, pag. 15.

[6] Freud, S, Conferencia 33º, La Feminidad, págs. 117-121., Obras Completas, tomo XXII, Amorrortu Ed.

[7] Para entender un poco qué relación hay entre la mujer y la psicótica una cita de Chamorro: “Las mujeres son locas,: este punto realiza la convergencia entre psicosis y mujer. El punto de convergencia está basado en la no regulación por el falo; un goce femenino o psicótico no regulado por el falo.” Chamorro, Ibidem, pag 19.

[8] Orientação Lacaniana Nº 21, abril de 1998. Traducción mia.

Laura B. Fangmann

El problema de las adicciones

Consideremos un dato que se verifica desde hace tiempo respecto de las adicciones: la existencia de distintas sustancias psicoactivas y la diversidad de usos o prácticas, en sujetos de distintas estructuras. La multiplicidad de las sustancias, característica de nuestra época (acorde con la multiplicidad de objetos de consumo que oferta el mercado) favorece la diversidad de prácticas que cada sujeto realiza con dicha sustancia. La combinación de drogas entre sí, de drogas con alcohol, de los anteriores con psicofármacos, etc.

     Y no olvidemos la proliferación de variadas categorías sociales, propuestas como adicciones, a objetos que no son drogas ilegales, ni alcohol, ni medicamentos psicotrópicos (de los que hay también para diversos usos: para levantarse, para tranquilizarse, para dormir…). Por mencionar algunas, y no está excluido que se combinen con las anteriores: las hay al juego, al sexo, al trabajo, a Internet, a las nuevas tecnologías.

      No todas estas adicciones tienen la misma relación con el objeto. No es lo mismo el efecto que produce la ingesta continua de sustancias tóxicas que la consumida, por ejemplo, en las salidas de los fines de semana. O el que consume para desinhibirse y acercarse a alguien, que aquel que lo hace precisamente para “no acercarse”, o bien para “borrarse”, o para “ausentarse” en un goce autista. Es conocido el caso de personas que, ante circunstancias que intuyen que pueden ser angustiantes o al menos inquietantes, consumen, a modo preventivo alguna medicación (ansiolíticos). También es sabido que la comida puede, en muchas ocasiones, ir a ese lugar. El problema es que siempre se necesita más.

      Un dato notable que surge de las estadísticas en economía es que los valores de los casinos suben notablemente después de grandes crisis económicas, tal como sucedió luego de la globalizada crisis financiera en 2008. Resulta paradójico quien acaba de perder, ¡apuesta a seguir perdiendo! Claro que bajo el velo de una vana ilusión: recuperar es posible. 

      Cuando los parches de nicotina no funcionan, lo cual no es poco frecuente, habría que tener en cuenta que privan de una cierta satisfacción. Con los parches no se pone en juego el recorrido pulsional que propone Freud: la pulsión (oral en este caso) le da la vuelta al objeto, lo contornea, y regresa a la fuente.

     Hoy, en plena pandemia por Covid 19, notamos una generalizada adicción a los dispositivos que nos permiten estar comunicados (o incomunicados) donde prima la imagen y es la mirada la queda captura en las redes.

     ¿Qué es entonces la adicción, habiendo tanta diversidad? Las adicciones tienen en común un objeto determinado, y la dificultad en desprenderse, separarse de dicho objeto. En la Carta 79, Freud piensa la masturbación como “adicción primordial”. Allí leemos que las adicciones al alcohol, a sustancias tóxicas, al tabaco, son sustitutos de aquella y que podría representar un gran obstáculo. Pone en duda, inclusive, si esta adicción es curable. Freud intuye con el “gran obstáculo” aquello que varios años más tarde conceptualizará con el término de pulsión, y más precisamente: ese lazo particularmente íntimo entre la pulsión y su objeto, la fijación de la pulsión. En “Análisis terminable e interminable” se referirá al obstáculo en tanto viscosidad de la libido, cierto grado de inercia psíquica.

     Si el ir y venir de la pulsión da cuenta del objeto que está en juego en tanto hueco o vacío, el objeto hace las veces del objeto faltante. Algo se resiste a abandonar la satisfacción. Notemos que el objeto cumple una función de instrumento, que solo permite el recorrido pulsional. ¿Qué estatuto tiene el objeto en las adicciones? ¿Se trata de adicción al objeto o sería más preciso hablar de adicción a un modo de satisfacción?

     Podríamos señalar este problema que tales casos nos plantean en la clínica como falta de interés en otra cosa, ya sea que se presente con padecimiento o no, ya sea que se acompañe el decir con cierto grado de queja o no. El retornar con suma facilidad a hacer uso de aquello con lo cual “se droga”, sin duda representa un problema. En este drogarse (Freud hablaba del efecto narcotizante, y de sustancias embriagadoras, haciendo referencia al estado de adormecimiento) resulta, digamos así, cerrado el paso a otra cosa. Es la dimensión del deseo la que permanece ausente. No hay pregunta por aquello que, en ocasiones, inquieta más a quienes lo rodean que al sujeto mismo. A menudo solemos notar que el analista termina deseando que quien tenga enfrente deje de drogarse para que comience a hablar. Cuando esto ocurre, ¿se estará rehuyendo la dimensión económica? Este podría constituir un obstáculo aún mayor.

      Lo dicho anteriormente no pretende ignorar los efectos reales de las diversas sustancias sobre el organismo. Sin embargo, no todo aquel que consume drogas o alcohol no puede luego dejar de consumir. Si el objeto en cuestión no vale por su propiedad llamémosla “adictiva”, queda claro que tampoco es la causa de la adicción. Cuando no se verifica fijación de la pulsión al objeto, hay variabilidad, es decir, sustitución. Cualquier objeto que cumpla determinadas condiciones, será apto para alcanzar la satisfacción pulsional siempre parcial. La sexualidad entra así en la vida psíquica, en tanto parcial, y conforme a la hiancia característica del inconsciente. El uso que hace el sujeto de la droga, o sus equivalentes, parece obturar esa hiancia en la insistencia misma con el objeto. Desconociendo la existencia del inconsciente y toda pregunta que apunte a su ser en tanto sexuado. 

     En estas diversas prácticas de consumo se percibe una dimensión ficticia de resolución del problema, o de evitación de algo, angustia, pérdida, insatisfacción. Ejemplos que ilustran un efecto de la época: la exaltación del plus de gozar encarnado en los objetos del mundo, destacando la brecha propia entre deseo y goce. El uso que hace cada sujeto es particular, determina una práctica y con ella una modalidad de goce. Es decir que la sustancia o su equivalente ocupa un lugar, que habrá que determinar, en la economía de goce del sujeto. Lacan lo enuncia claramente en el Seminario 17: “Es en la dimensión de la pérdida que se capta el plus de gozar, en cuya función está el hueco que llenarán ciertos objetos hechos para servir de tapón”. Pero no encontramos allí al objeto a, este resulta del saber de todo lo que se articula como significante.

      Probablemente la gran adhesividad al objeto dificulta muchas veces el establecimiento de la transferencia. La posibilidad de suponer un saber es resistida al tiempo que se rechaza la creencia en el inconsciente. Sin embargo, Lacan produce una inversión que nos esclarece, es el analista el que instituye a quien consulta como sujeto supuesto saber. Es el analista quien, entonces, supone un sujeto y supone un saber. La transferencia, nos dice, se funda en esto.

     Poner en función el objeto supone contar con una x, el valor que ha adquirido para el sujeto, y que le es desconocido. La interrogación solo puede quedar de su lado; mientras que, el analista, sostiene su acto. Si pensamos que, en la adicción, el sujeto ha elaborado ya una respuesta a la pregunta por su ser, en un análisis se buscará sintomatizar ese goce para que la separación comience a ser posible.

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Textos consultados:

– S. Freud, “Carta 79”; “Análisis terminable e interminable”. Ed. Amorrortu.

– J. Lacan, “El reverso del psicoanálisis”. Ed. Paidos.

– Adriana Testa, “Estructuras clínicas en las adicciones”, en “Clínica institucional en toxicomanías”. Ed. Letra Viva.

– Alain Ehrenberg, “Individuos bajo influencia”. Ed. Nueva Visión.

– Sylvie Le Poulichet, “Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo”.  Ed. Amorrortu.

Mariana Gavotti