Se suele decir que la vida tiene el color del cristal con el que se la mire. Quizás aquel que ve siempre todo negro pensará que no es una cuestión relativa si no objetiva, mientras que aquel que siempre ve todo rosa podría estar dispuesto a admitir que solo se trata de ponerle “onda”.
Estará también quien envidia el modo de tomarse las cosas del otro, por ejemplo “que todo me resbale un poco, en lugar de tomarme las cosas tan en serio”.
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? ¿Cuánto hay de uno en el modo de ver, de vivir las cosas? Pero, ¿Qué es el modo de ver? No dudamos de que cada persona tenga su manera de ver, de interpretar, de sentir. Esa manera de cada uno tiene una fijeza habitualmente difícil de conmover, muchas veces es la responsable de nuestro propio sufrimiento, y otras ¡del sufrimiento de quienes comparten la vida con nosotros!
El psicoanalista Jaques Lacan afirmaba que somos hablados por los otros y con esas palabras tejemos la trama de nuestra vida y de nuestro destino. Esa fijeza, entonces, ¿es tan propia como parece?
Notemos que esas palabras, que son nuestras marcas, son un tanto paradójicas porque si bien son propias, provienen de otros. Conforman identificaciones, algunas de las cuales las padecemos, y se enlazan con esa fijeza del modo de ver que llamamos fantasma. Como decíamos más arriba ver todo negro puede ser una verdadera pesadilla para la persona y para su entorno.
El fantasma es el marco a través del cual miramos la realidad. Es una lectura que cada uno hace de las escenas y de los recuerdos de lo vivido, a menos que este marco se modifique, leeremos e interpretaremos los hechos siempre desde la misma perspectiva.
El análisis permite ubicar aquellas identificaciones que nos mortifican y así separarnos de ellas. Esta distancia da lugar a recuperar la libertad del deseo propio, y muy posiblemente a sostener mejores lazos con nuestro entorno.